No es estrictamente en soledad, pero... se acabaron las celebraciones de aniversario de dos, los cumpleaños de dos, las fiestas de dos, las mañanas de Reyes de dos.
Muchos años nos hemos pasado brindando, y pidiendo el deseo de que fuese la última vez que fuesemos sólo dos, que ojalá al año siguiente ya fuesemos tres.
Y la verdad es que no nos lo esperabamos que iba a llegar ya. Cuando ya empezabamos a desesperar (bueno, más yo que Javier, la verdad), se encendió la vela verde de la esperanza y ha llegado Daniel Xiao.
El próximo sábado 25 de julio volamos ya a Beijing y de allí a Hohhot, donde el lunes nos encontraremos con Daniel.
Decir que no estoy aterrada sería faltar a la verdad, porque después de tantos años, me enfrento a este gran cambio en nuestra vida, pero no por eso menos deseado. Tengo muchísimas ganas de verle su carita, de abrazarlo, de consolarlo si llora, de jugar con él.
Pero sé que no soy la única: Javier mismo se le ve más feliz desde que ya sabe a ciencia cierta que por fin es papá. Afronta con la misma ilusión este viaje, y tiene las mismas ganas si no más de estar con él. Va a ser todo un padrazo, lo sé.
A todo ello, hay que sumar a la familia y amigos, que están tan nerviosos e ilusionados como nosotros porque Daniel Xiao forme por fin parte de nuestras vidas.
La verdad es que no me esperaba esta reacción tan marcada: sí es cierto que sabía que se alegrarían por nosotros, pero no como me lo están demostrando, como si fuese su propio hijo el que va a venir.
Ya casi no nos queda nada para viajar, pero estos días se me hacen mucho más largos que los demás.
Espérame Daniel que ya vamos.
21 de julio de 2015
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