Un 27 de julio de 2.015, a las 15:16 hora de China, 9:16 hora española, una señora mayor, con el pelo corto, dejaba en mis brazos a un pequeño, con la mirada triste y asustadiza, muy serio. Iba vestido con un pantalón azul marino, camiseta sin mangas naranja, calcetines celestes y un babero celeste. Su corte de pelo, lo más gracioso, rapado por los lados y dejando una cresta de arriba hasta la nuca, al estilo del ultimo mohicano.
Ese momento fue el más feliz de mi vida, el más feliz de la vida de ambos, de Javier y mío.
Con apenas 10 meses de edad recien cumplidos, pero muy pequeñito de talla, mi pequeño Liu Xiao Yu se convirtió en mi pequeño Daniel Xiao.
Qué decir de este año que ha pasado, salvo, aunque suene a tópico, que nos ha cambiado la vida parfa mejor.
Daniel es un niño muy despierto, con muchas ganas de vivir, muy alegre. Hemos aprendido de él que le gusta mucho salir a la calle, bailar cualquier tipo de música, incluso flamenco, y que le encanta la Semana Santa.
Le gusta que estés pendiente de él, que te tires al suelo para jugar con el cesto de las pinzas de la ropa, que le pruebes ropa nueva y sobre todo, que le des achuchones que él te devuelve cuando menos te los esperas.
Como cualquier otra madre, tenemos momentos de agobio, por esa gran dependencia emocional y física que tiene, que exige que le prestes atención todo el tiempo, aunque estés muy cansada, pero como muchas reconocerán también, en cuanto te mira con esos ojillos, te dice mamá y se te tira al cuello, se te pasa todo.
Mi niño lleva ya un año con nosotros. La tristeza que tenía el primer día desapareció al poco tiempo, y aunque en los papeles reza que hemos sido nosotros quienes lo hemos adoptado, en realidad es él quien nos ha adoptado a nosotros y nos ha admitido como sus padres.
Seguimos adelante, ya que nos queda toda una vida para seguir disfrutando de él.